Las biosferas de Amazon

El gigante del comercio electrónico avanza con su icónica nueva sede corporativa en Seattle, su ciudad natal.

La arquitectura
corporativa (en realidad, cualquier arquitectura) está sometida a un delicado
mecanismo de equilibrios. Por un lado, debe ser consistente y agradable para
sus usuarios, pero por otro lado, en su propia naturaleza, debe ir un paso más
allá de la funcionalidad. Debe ser representativa. 



Los rascacielos,
concebidos desde principios del Siglo XX como tótems urbanos, apostaban por la
imposición visual y la cultura de la competitividad. Se trataba de saber quién
lo tenía más largo; quiero decir, más alto. Sin embargo, tras la huida de los
edificios en altura hacia las potencias económicas de Asia y Oriente Medio, las
grandes compañías del mundo occidental han entrado en otra suerte de carrera,
esta vez solapada, por ver quien tiene el edificio más original.



La originalidad no
tiene nada de malo y, de hecho, es un valor para cualquier actividad creativa.
Lo que pasa es que tampoco es un bien en sí mismo, sobre todo cuando en favor de
dicha originalidad, la obra arquitectónica se convierte en una maqueta a escala
1:1, en una imagen renderizada o en un concepto sin nada que lo sostenga. Por
eso el equilibrio es tan delicado. Porque, como en cualquier operación de la
vida, no solo en arquitectura, no se puede tener todo.



Hay empresas
como Apple que apuestan por la rotundidad del artefacto en detrimento de
las circulaciones de los usuarios, hay otras como la Caja de Granada que lo confían todo a la vivencia interior
del edificio, y hay otras como Facebook que, aun contando con uno de los arquitectos más inconfundibles
del mundo, renuncian a la marca personal del creador y, con una pieza
estéticamente anodina pero arquitectónicamente responsable, solo buscan que el
espacio de trabajo sea lo más agradable posible. 



Cuando Amazon
presentó el proyecto de su nueva sede central en Seattle, parecía haber
resuelto el teorema: un conjunto formado por cinco rascacielos medianos y tres
cúpulas transparentes, denominadas biosferas, que servirían como jardín
cubierto y espacio de trabajo colectivo, relacional y multifuncional. La
solución era original y agradable para sus usuarios. Además se construiría en
el centro de Seattle, ciudad natal de la compañía, y su creador sería el estudio
de arquitectura NBBJ, también oriundo de la capital del estado de Washington.



Que la empresa de
comercio más grande del mundo apueste por lo local parece una decisión muy
saludable. Más aún cuando la mayoría de las compañías del siglo XXI están
levantando sus sedes en parques tecnológicos alejados de las urbes. Así, con su
nuevo edificio, Amazon busca una cierta revitalización, o al menos
consolidación, de las bondades de su ciudad.



La sede no se
comportará como un hito lejano al que desplazarse, sino como un reclamo urbano
a distancia de bicicleta o transporte público. De igual manera, una de las
desventajas que podría conllevar un hito en medio de la ciudad, como sería la
gentrificación, parece resuelta de salida, pues el edificio no se levanta en ningún
área histórica, sino en el downtown financiero, que ya está lo suficientemente
gentrificado de por sí.



Cada vez parece ser
más importante para las empresas que sus sedes sean proyectos conocidos a nivel
mundial, y Amazon no iba a ser menos. Especialmente cuando su negocio
sigue creciendo y alcanza ya los 61.000 millones de dólares de
facturación, siendo ya la mayor plataforma de venta por internet a nivel
mundial. Muchos pensarán que ya era hora, pues su anterior sede, un antiguo
hospital de la marina de EEUU, tiene escaso valor arquitectónico y resulta poco
representativa. 



Para crear una sede simbólica han
contado con el equipo de arquitectos NBBJ que, en fuerte contraste con
similares ejemplos como las tiendas de Apple diseñadas por Bohlin Cywinski
Jackson, han creado este edificio-invernadero de forma orgánica y que
albergara en su interior más árboles de los que tendrán los jardines que lo
rodean.



El edificio principal del campus de
Amazon en Seattle lo formaran una esfera principal de mayor tamaño, fusionada
con otras dos esferas más pequeñas que flanquean a la primera. Las tres
cúpulas de cristal estarán interconectadas y crearan amplísimos espacios
comunes de gran altura donde predominarán la luz natural y la vegetación,
cuidadosamente estudiada para crear un microclima compatible con espacios de
trabajo.



Amazon no considera por el momento
abrir estos espacios al público, aunque si permitirá el acceso público a
la zona verde que rodea a su nueva sede, donde se pretende crear un lugar
de encuentro, reunión y descanso de empleados, lugareños y turistas.



Su diseño nos puede recordar a Epcot,
la famosa esfera en el parque temático de Disney World en Orlando, o a la
cúpula del Reichstag de Berlín. Con solo 6 plantas de altura y
contrarrestando la acentuada verticalidad de las calles colindantes, los
arquitectos han querido crear un espacio abierto y permeable, que permita a la
gente cruzar a través de la manzana y que no cree más sombras sobre una zona
que puede resultar oscura por el exceso de edificios de gran altura; un respiro
para el centro de Seattle que además contará con un paisajismo cuidado y nuevas
zonas comerciales y hosteleras.



 



Edificio transparente

El
proyecto de Amazon pretende generar un nuevo espacio alrededor de tres torres
de oficinas de 37 pisos que serán parte de la sede. Entre ellas se levantará
esta estructura compuesta por tres bio-domos esféricos capaces de funcionar
como un invernadero. Esta área natural de cinco pisos estará conformada por abundante
vida vegetal, como árboles y plantas exóticas. El punto es generar un ambiente
similar al de un parque, inspirando dinamismo y creatividad en los empleados.



Según
se explica en la propuesta, el exterior del edificio será totalmente
transparente gracias a las múltiples capas de vidrio soportadas por una
estructura metálica. Cada uno de los tres domos tendrá una altura que oscilará
entre los 25 y 30 metros, y contendrán en su interior abundantes plantas
separadas de acuerdo a zonas botánicas.



En
total, el campus abarcará unos 300 mil metros cuadrados y, de aprobarse su
construcción, requerirá de al menos seis años para finalizarse.