Arquitectura colaborativa: qué es y cinco ejemplos innovadores

Un estilo que empodera a los usuarios, que fortalece el tejido social y que tiene como base la participación. Desde Área Tres te contamos todos los detalles

También conocida como participativa o bottom-up, la arquitectura colaborativa encarna un giro en el urbanismo y la construcción, ya que se aleja de la figura del arquitecto como el único creador. En cambio, incorpora de forma activa a futuros vecinos, usuarios y comunidades en la toma de decisiones. Desde la idea inicial hasta la misma ejecución del proyecto.

Lejos de solo consultar a los usuarios, esta modalidad busca convertirlos en agentes activos de la gestión y el diseño. La finalidad es hacer realidad espacios más sostenibles, funcionarios y, especialmente, con un profundo sentido de pertenencia que garantice su viabilidad a largo plazo.

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Pilares del diseño participativo

La precisión de la arquitectura colaborativa radica en una serie de principios éticos y metodológicos que aseguran su éxito. Desde la Revista Área Tres te contamos cuáles son:

  • Horizontalidad en las decisiones: se avanza en un plano de igualdad entre técnicos y vecinos o usuarios. Por lo que se trata de un proceso democrático del diseño.

  • Sentido de pertenencia: gracias a la participación directa se genera una fuerte conexión emocional con el lugar, lo que se traduce en apropiación del espacio, mejor cuidado y mantenimiento comunitario.

  • Sostenibilidad social y económica: al usar conocimientos locales y, frecuentemente, autogestión de mano de obra y recursos, los proyectos se adaptan mejor al contexto y son más eficientes.

  • Adaptabilidad: al tratarse de diseños, por lo general, modulares y abiertos a futuras modificaciones, son inicialmente flexibles y se adaptan a los cambios que las comunidades van teniendo a lo largo del tiempo.

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Cinco estilos de proyectos que encabezan la colaboración

El estilo participativo se puede ver en diferentes etapas: en el origen, en la planificación y la edificación en sí. Repasamos sus más innovadoras aplicaciones.

1. Co-housing (vivienda colaborativa)

Foco: casas particulares que añaden una gran cantidad de espacios comunes, como lavanderías, cocinas y coworking.

Colaboración: los futuros residentes definen de forma colectiva los diferentes aspectos, de acuerdo a las necesidades del conjunto. Las normas de convivencia y el tamaño de las áreas comunes, entre otras cosas.

2. Urbanismo táctico

Foco: intervenciones urbanas de rápida ejecución y bajo costo para evaluar cambios en el espacio público.

Colaboración: basado en la observación y la acción directa de las personas para ensayar lo que funciona en la etapa previa a concretar inversiones permanentes.

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3. Rehabilitación barrial autogestionada

Foco: proyectos en barrios informales.

Colaboración: el arquitecto se convierte en un facilitador técnico y la comunidad suma la mano de obra, el conocimiento y determina las prioridades de mejora (servicios, pavimentación, equipamiento).

4. Arquitectura de emergencia

Foco: construcción rápida de refugios o infraestructura social luego de desastres.

Colaboración: utilización de esquemas modulares y materiales locales, con la participación activa de los damnificados para acelerar la recuperación y asegurar la pertinencia cultural de los espacios.

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5. Equipamiento comunitario modular

Foco: diseño de escuelas, mercados o centros culturales que pueden crecer o cambiar de función.

Colaboración: talleres de diseño con los usuarios (estudiantes, artistas, comerciantes) para definir la modulación y los sistemas constructivos que permitan la expansión a futuro.

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La función del arquitecto como facilitador técnico

El arquitecto que aplique este estilo requiere habilidades de mediación y un gran entendimiento sociológico. Los materiales elegidos para estos proyectos son un espejo del compromiso de la comunidad y el entorno que la rodea.

La construcción con tierra (adobe o tapial), bambú, madera certificada o materiales reciclados y de bajo impacto son comunes en estas construcciones..

En definitiva, la arquitectura colaborativa funciona como un motor que empodera a los usuarios, se generan entornos que, además de responder a las necesidades funcionales, fortalecen el tejido social y la resiliencia.

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