Mendoza, de desierto a oasis: el avance de la ciudad bosque del oeste argentino
La transformación de Mendoza de desierto a oasis permitió la formación y el crecimiento de las zonas urbanas, la infraestructura, el desarrollo del sector productivo y económico. Un proceso que comenzó hace siglos y que actualmente se refleja en cada rincón de una de las provincias más importantes de la Argentina.
Se puede ver, de hecho, en las áreas en las que la mayor parte de la población se concentra y en los sectores fértiles que en los que se realizan actividades agrícolas, ganaderas. Donde crecen las vides que luego se convierten en vino y donde se huelen las aceitunas que después se usan en las mesas como aceite de oliva, entre otras cosas.
Todo eso, el oasis artificial que es Mendoza, no es azar. Se debe a la gestión del agua que comenzaron los antepasados que habitaron esas tierras y que sigue hasta el presente con implementación de más tecnología e innovación.
A través de sistemas de riego, acequias y canales que se alimentan de los deshielos de la Cordillera de Los Andes, el agua es conducida y distribuida hasta llegar a cada zona productiva, a cada casa, escuela, comercio, negocio de barrio y empresa.
El agua es uno de los elementos fundamentales para cualquier tipo de vida. Necesaria para personas, animales y plantas. Pero en la provincia del oeste argentino, tiene una importancia especial debido a su escasez.
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Las ventajas de los oasis
Mejor desarrollo de las ciudades
El agua potable permite la concentración de las personas en zonas urbanas. Ciertamente, los oasis aglutinan cerca del 95% de la población en centros urbanos. Se trata de un promedio de 300 habitantes por km2.
De esta manera, la disponibilidad de agua para consumo y para el desarrollo de las actividades económicas posibilita la creación y mantenimiento de ciudades prósperas.
Crecimiento agrícola
Gracias a los oasis permiten la siembra y cultivo de una diversa y gran cantidad de productos que luego son comercializados y destinados al consumo.
Verduras, frutas y hortalizas llegan a las mesas de los mendocinos y son exportadas debido a la actividad agrícola que se desarrolla en tierras fértiles que antes fueron desiertos. En Mendoza, la uva se lleva el protagonismo.
Una economía próspera
Siguiendo con los beneficios del agua, la vitivinicultura y agricultura en los oasis fomentan el crecimiento de la economía local y permiten que miles de personas tengan empleo y generen un importante flujo económico.
Además, en la provincia, impulsa la llegada de turistas atraídos por la cultura del vino y los viñedos, por los paisajes vitivinícolas, muchas veces enmarcados por la montaña mendocina.
Más calidad de vida
Por otro lado, los oasis favorecen la creación de entornos atractivos para vivir. Los espacios verdes, parques, plazas se transforman en paisajes de descanso, paseo y conexión con la naturaleza, lo que contribuye a mejorar la calidad de vida en las ciudades y a impulsar la actividad física al aire libre.
Acequias, un patrimonio cultural
Finalmente, las acequias mendocinas que forman parte de las ciudades llaman la atención de visitantes. Eso, junto a los canales y sistemas de riego son parte fundamental del patrimonio cultural mendocino.
Un verdadero testimonio de la historia de la provincia, de la capacidad y el trabajo de sus habitantes para generar vida, para hacer crecer la economía y para crear paisajes sin igual.
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La conciencia de cuidado del agua en Mendoza
El cuidado y racionalización de este elemento comenzó hace siglos, cuando los primeros habitantes de lo que actualmente es Mendoza trazaron una red primaria para aprovechar y sistematizar los cursos naturales del agua, en relación a las pendientes y topografía.
Estos ancestros construyeron canales y acequias para cultivar la tierra y asegurar la subsistencia del pueblo. Eso sirvió como matriz de otros entramados, como caminos, cultivos y localización de viviendas.
En estos días hay cada vez más conciencia y difusión acerca de la importancia de su conservación y cuidado. El consumo aumenta cada año, la sociedad crece, el cambio climático es un hecho y el agua es un recurso cada vez más escaso.
Por eso, la educación en la cultura del agua permite que los ciudadanos pongan en marcha prácticas racionales, sostenibles y responsables que fomenten la conservación de este recurso vital.